domingo, 13 de junio de 2010

¿Burton en el país de las maravillas?




Tim Burton tiene la suerte o la desgracia de ser uno de aquellos directores ante los que la indiferencia no tiene cabida. Su filmografía fluye entre aclamadísimas películas por parte de la crítica y otros tantos títulos que no han gozado de este apoyo.
Con Alicia en el país de las maravillas, Burton vuelve a ponerse en el centro de la diana crítica. Y no es para menos. A priori, parecería que la novela de Charles Lutwidge Dodgson (conocido bajo el pseudónimo de Lewis Carroll) pudiese hacer las delicias de Burton con sus toques surrealistas, sus personajes extravagantes y los paraderos pintorescos en los que el relato se ubica. Sin embargo, el largometraje demuestra que Burton únicamente se ha servido de la novela para establecer las coordenadas de su Alicia en el país de las maravillas. El conejo blanco, la reina de corazones, el gato Cheshire, el sombrerero y la liebre, el guardián absoluto del oráculo, las flores... todos ellos están presentes en la película burtoniana y, sin embargo, el resultado es insatisfactorio. Efectivamente, Burton no ha tenido más que un gesto oportunista para con el clásico de la literatura inglesa recortándolo, ajustándolo y reformulándolo a su propio antojo. Tal es el riesgo que el director asume con Alicia en el país de las maravillas: el de crear una historia a partir de una historia ya existente y, como todo riesgo, las posibilidades de éxito y de fracaso se debaten en un campo de batalla sumamente democrático.
No hay que olvidar que la de Carroll es una novela que está empapada de tintes filosóficos en los que la cuestión de la realidad, la verdad y la identidad son los ejes del relato. La versión burtoniana hace oídos sordos ante la mismísima esencia de la obra literaria convirtiéndola en una mera película que dirime por enésima vez la cuestión del bien y del mal. Tal dulcificación y domesticación de la auténtica Alicia en el país de las maravillas cuestiona la verdadera necesidad de que Burton adoptara tal obra para reformularla desde su matriz.
Burton ha desterrado a Alicia del país de las maravillas para aclamarse como su rey, bendiciendo y censurando caprichosamente todo cuanto forma parte de ese universo único y surrealista creando un universo paralelo que no nos cuenta nada nuevo y, por lo tanto, reduciendo lo que podría ser un gran film a una mero festival estético al puro estilo burtoniano.