domingo, 30 de mayo de 2010

Mulholland Drive o Cómo decir lo indecible




Por mucho que el verbo de la postmodernidad se encarne en toda forma artística más rabiosamente contemporánea, todavía no se han saldado todas las deudas conceptuales que ésta comporta. No ha sido hasta la década de los noventa que los quebraderos de cabeza de lo postmoderno han puesto el punto de mira en el cine. La propia dificultad conceptual de dicho término ha hecho bailar a su antojo a la teoría, siguiendo un ritmo frenético y caótico. A pesar de la ardua tarea de fijar un concepto unívoco de la postmodernidad, los esfuerzos de la narrativa han dado con una batería de lugares comunes que no pretenden dar cuenta de una universalidad de lo postmoderno, sino que, más bien procuran hallar unas pasarelas conceptuales que puedan llevarnos a una aproximación hacia ese espíritu contemporáneo que es la postmodernidad.

Debido a la falta de una teoría vasta, contundente y genuina relativa a la cinematografía postmoderna, ésta se ha visto forzada a reflejarse en la literatura para poder dar a luz a su propio concepto. Sin embargo, las múltiples y obvias distancias que separan lo literario de lo cinematográfico evidencian la imperiosa urgencia de construir un marco teórico que le sea exclusivo. Aún así, el vaivén conceptual entre ambas esferas artísticas permite iluminar, aunque sea parcialmente, la postmodernidad propia del cine, de la que Mulholland Drive, de David Lynch, representa un claro hito.

Efectivamente, el film de Lynch se acomoda amablemente sobre las coordenadas de la postmodernidad; Lynch es, claramente, hijo de su tiempo: el rechazo de la jerarquía, la ambigüedad, la fragmentación, la pérdida de la teleología, la multiplicidad, la hibridación, la nothingness, la participación-acción, la indecibilidad son emblemas de la postmodernidad que el ojo de Lynch capta magistralmente.

Mulholland Drive es un misterio, un jigsaw, una verdad que enmudece ante el espectador y que se le hace escurridiza. Fruto de una ambigüedad intencionada, dicho enigma desubica al espectador de la tradicional linealidad argumental para sumergirlo en un estado de shock, en el que –al menos en un primer momento- la inteligibilidad queda desplazada por la incoherencia, por la contradicción.

El lenguaje fílmico del que Lynch se sirve subraya este sinsentido al estar completamente articulado fragmentariamente, produciendo cortes y saltos en el espacio-tiempo que obstaculizan sobremanera la comprensión de lo visto. Los repetidos flashbacks, los presagios presentes que anuncian el futuro –por ejemplo, la escena en que Diane, la protagonista, se ve a sí misma muerta- y el paso abrupto de una escena a otra constituyen ese caos discontinuo. Esta fragmentación argumental conlleva a una reformulación del estatuto del espectador en tanto que la posición de éste ya no es una posición cómoda y pasiva: Lynch apela a una autoconciencia de la condición del observador para poder resolver la ecuación que plantea.

En efecto, la oscuridad, la ambigüedad fílmica requiere de una participación exhaustiva por parte del espectador puesto que sólo éste puede dotar al largometraje de una unidad de sentido pleno, siendo legítimas todas las interpretaciones que de éste se den. El mismo Lynch insistió en la pluralidad de lecturas que sugiere la película, descartando, pues, cualquier voz única, exclusiva y universal. Es aquí donde la nothingness y la multiplicidad postmodernas se proyectan a través de la mirada lynchiana: ya no hay nada que se imponga como verdadero, sino que son las múltiples subjetividades las que dan vida al sentido de la obra inaugurando un estatuto del usufructuario como mediador de las verdades. Las figuras del vagabundo y los ancianos, el simbolismo de la caja y la llave azules, la secuencia del sueño de Diane son enclaves de apertura de sentido, un sentido que se propone desde la libre interpretación subjetiva. De este modo, el espectador ya no sólo participa, sino que también actúa, interviene determinantemente en la constitución última de la obra.

Mulholland Drive encarna lo indecible, lo indeterminable, la imposibilidad de cerrar el círculo de sentido sobre sí mismo: Mulholland Drive es una alegoría que se autoconcibe como tal en la que la finalidad última de la película sólo se explica a partir de la individualidad, pues ya no existe un final catártico y resolutivo que permita centrar una narración absoluta, totalizadora.

Esta pérdida del discurso absoluto, esta imposibilidad de fijar lo indecible, de someter y domesticar la narración es aquello que articula todo el sentido del film de Lynch, quien, en la disolución de las fronteras de lo puramente ficticio y lo puramente verdadero encuentra el lugar para la entronización de la subjetividad y, en definitiva, de la postmodernidad.

Sin comentarioS

Ningún diccionario, ninguna enciclopedia, ningún manual especializado, ningún ensayo consigue desvelar satisfactoriamente el misterio del cine.
El cine es un interrogante resbaladizo que nos hechiza con sus ficciones, con sus mentiras y, sin embargo, cedemos ante esas farsas, creemos en esos simulacros... El cine nos convierte en ciegos que aman su ceguera.
Ya Aristóteles quiso descifrar esta incógnita acerca del placer que siente todo ser humano ante una narración, ya sea una fatal tragedia o una hilarante comedia. Y después de más de dos mil trescientos años de tesis, de antítesis y de síntesis la fórmula no ha sido hallada todavía. Seguimos queriendo ser ciegos, seguimos sin saber por qué y, no obstante, continuamos deleitándonos ante los relatos literarios, ante las narraciones fílmicas y ante las representaciones teatrales. La pregunta resulta obvia ¿por qué intentar despejar ese interrogante? ¿por qué racionalizar lo irracionalizable? Porque es inevitable: del mismo modo que no podemos evitar sentir placer ante un relato, tampoco podemos eludir nuestro imperante afán por hacer encajar todas las piezas del puzzle.
Sin embargo, ante la falta de una teoría que sacie todas las dudas que nos plantea el arte narrativo en general y, sobretodo, el arte cinematográfico en particular sólo nos queda entregarnos a éste desde el placer más desinteresado, desde el abandono más infantil, desde la pasión por la pasión.
Sin comentarioS es un proyecto que tiene por bandera esta vivencia del cine que se propone, a partir del análisis crítico de películas, crear un pequeño y humilde espacio de diálogo en torno al séptimo arte en el que la declaración de amor por el cine se alza como su razón de ser.