lunes, 31 de enero de 2011

Un amor, tres minutos




Contar una historia de amor en tres minutos. Contar los besos, las caricias, los susurros, las miradas, los recuerdos, los abrazos, las lágrimas, la pérdida, el dolor en tres minutos. Parecería imposible si no fuese por el brillante corto con el que Raúl Arévalo desafía los límites de la narración en el cine.
Con una sencillez abrumadora, el joven actor y director dibuja la inmensidad de una relación de amor que nace y perece en el transcurso mismo del cortometraje. La perfecta disonancia entre la imagen y la narración permiten conjugar el principio y el fin de un amor, de cualquier amor; un inicio y un desenlace que se suceden sincrónicamente. La narración surge de una exploración del fuera de campo que remite al espectador a ese amor inicial, pasional y vivo, sin fisuras que se contrapone de pleno con aquello que efectivamente se está presenciando, esto es, la agria separación de la pareja. Esta yuxtaposición contradictoria entre imagen y narración no responde a una cuestión de mera economía narrativa, sino que aclimata el cortometraje en una estética que supone un golpe de efecto (emocional) hacia el espectador que percibe, desdoblado, lo mágico y lo terrible, lo sublime y lo cruel del amor.
Con Raúl Arévalo se cumple la premisa de que menos es más, entendiendo que menos equivale siempre a una muy cuidada manera de contar historias, de explicar relatos que, siendo minúsculos, consiguen ser universales.
Contando con una dilatada carrera como actor, en la que ha obtenido papeles para televisión, teatro y cine y no pocos reconocimentos, esperemos que la de director de cine siga avanzando con la buena estela con la que ha dado a luz a sus dos proyectos hasta el momento: Un Amor y Foie Gras.

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